De una manera al fin y al cabo platónica invocamos la idea de un lugar, el concepto de un viaje, y luego nos vamos a verificar la existencia real y factual del lugar ambicionado, entrevisto por los iconos, las imágenes y las palabras. Soñar un lugar en ese estado de ánimo, permite menos encontrarlo que reencontrarlo. Todo viaje vela y desvela una reminiscencia.
Michel Onfray
Teoría del viaje
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La dinámica del viaje consiste en partir de un punto hacia otro. Pero, además, involucra un proceso de selección: hacia dónde nos dirigimos, qué dejamos y qué llevamos con nosotros. En Jardín nocturno. Otros viajes Nani Cárdenas nos inserta en una bitácora de viaje conformada por una pieza tejida en cobre y tres instalaciones escultóricas: “Jardín nocturno” (cobre plastificado, nylon, cobre, bronce y cedro), “Río de piedras” (cobre plastificado, nylon y cobre) e “Inmersión” una gran instalación realizada en acero inoxidable.
Al igual que en Cuaderno de dibujo (2009) -en el cual la artista transfería sus apuntes a lápiz al espacio de la galería con hilos telefónicos y cables industriales- Cárdenas hace de la galería la hoja en blanco sobre la cual va trazando las líneas que conforman su narrativa de viaje.
En La teoría del viaje, Onfray (2016) menciona que el lugar dejado y luego recobrado ofrece el eje sobre el que oscila la aguja de la brújula. Así, “Red” -la primera pieza tejida en cobre que Cárdenas realizó en 2003- constituye el eje desde donde la artista inicia su recorrido. Los finos hilos y el entramado que configuran esta pieza remiten a un telar pero también a la idea de nido, como ese espacio construido con el fin de brindar abrigo y protección.
“Jardín nocturno”, obra que da título a la muestra, es una pieza escultórica conformada con fragmentos de tejidos en cobre plastificado que la artista fue realizando en un proceso de casi diez años. Estas piezas recicladas y reunidas - desde lo cromático y lo orgánico de sus formas- remiten al clásico tejido de abuela bordado a crochet pero también a la técnica de la arpillería artesanal -la cual, a partir de retazos de telas y restos de hilos recrea historias, costumbres y paisajes que luego son tejidos o cosidos sobre una arpillera.
Sin embargo, esta obra no refiere a una memoria colectiva sino a una personal: la memoria del taller. Y es que el reencuentro de estos tejidos coincide no solo con el cese de la fabricación del material con el que están hechos (cobre plastificado) sino también con la mudanza del espacio de trabajo. Si el taller se configura como el hábitat donde la artista desarrolla sus ideas para dar paso al proceso de producción de la obra, la mudanza implicará un cierre y un desplazamiento. Algo acaba para dar lugar a otra cosa. Mudar, como la posibilidad de cambiar de piel también sugiere regenerar, recrear, resignificar. Así, lo fragmentario se vuelve unidad.
El biombo, conformado por cuatro partes, lejos de separar un ambiente construye un espacio. Así, el jardín se presenta como refugio ante el vacío que se avecina, acaso como el rincón propuesto por Bachelard (1965), donde el ser se repliega en sí mismo; sin embargo, lejos de abstraernos del mundo el acto de contemplar conduce a reconocer formas entre las sombras a través de las pequeñas separaciones por donde se filtra la luz exterior. Entre el recuerdo y la predicción la pareidolia es inminente. El dibujo se desdibuja, las figuras emergen y el jardín se constituye como una arqueología del desplazamiento y -por qué no- de la memoria.
En contraste al crecimiento lento, continuo y ascendente del frondoso jardín, pende desde lo alto “Río de piedras” una escultura también realizada con hilos telefónicos pero donde prevalece la monocromía del gris. El río -que podría leerse como una amenaza latente de desborde- nos recuerda la finitud: cae en picada. Las piedras se han desprendido y lo que remite a estas es justamente su falta, las huellas, la ausencia; esos vacíos por donde penetra la luz señalándonos que algo estuvo ahí.
Como menciona Huyssen (2002), el recuerdo configura nuestros vínculos con el pasado, las maneras en que recordamos nos definen en el presente; constituye la relación entre el pasado y la identidad. Al salir de este reservorio de la memoria, donde las imágenes fragmentadas nos exigen recordar, el espectador se enfrenta a lo real, lo sublime, aquello inconmensurable para lo cual no hay simulacro posible de repetición. “Inmersión” es una instalación escultórica conformada por veintitrés piezas realizadas con tubos de acero inoxidable que, engranadas unas con otras, recubre la pared del fondo de la galería. Como un gran garabato, este mar acerado devela su potencia. La artista se enfrenta al material, lo manipula, lo tuerce, en una
performance que requiere un trabajo físico y de concentración, en el cual se halla involucrado todo el organismo. Y es que no se trata de un mar ligero sino de un mar
crecido, intenso, que avanza y golpea como el sonido del metal en el aire, alertándonos de su presencia.
Jardín nocturno. Otros viajes induce a reconocerse en las partes, en los otros, y a contemplar como acto necesario cuando el mundo gira a mil revoluciones por minuto y todo se desmorona alrededor. Acaso el viaje ha llegado a su fin.
Luisa Fernanda Lindo
Curadora
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Bachelard, Gaston (1965) La poética del espacio. España: FCE.
Huyssen, Andreas (2002) En busca del futuro perdido. España: FCE.
Onfray, Michel (2016) Teoría del viaje. Poética de la geografía. España: Taurus.
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